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Rubén Liggera - Cenizas de Alejandría (2008)
2009-10-02 | El Descubrimiento
Cenizas de Alejandría
Rubén Liggera
Santiago del Estero-La Plata, Barco Edita-Sadop Libros, 2008
COMENTARIOS
Dijo Claudio Portiglia (Presentación en Junín, 2008)
“A mí, por temperamento y encuadre, me cuesta bastante coincidir con la cosmovisión de Liggera. Me gusta, sin embargo, leerlo; porque, como dije, desde otro territorio, desde otra vivencia, desde otra convicción me pone en contacto con las fibras más íntimas del sentir humano y en ese punto, que no es otro que el umbral de la supervivencia, todas las diferencias se borran y pervive la actitud.
Saludo la aparición de este libro y saludo la persistencia agonal de este amigo, de este poeta importante que ofrece Junín”
Dijo Alberto Tasso (Palabras mínimas, Prólogo del libro, en Santiago del Estero, 2008):
“Este libro expresa una de las nociones elementales del vivir poético; su logrado texto logra aunar la épica de un gran canto de amor, conservando el registro de una casi autobiográfica cotidianeidad.
La palabra poética de Rubén Liggera alcanza en este poemario una madurada solidez, sugestiva e inquietante.”
Dijo Gabriel Bañez (Diario El Día, La Plata, 2008):
“Cantos a la mujer amada, vivencias románticas y eróticas se entrecruzan en el viaje hacia Finisterra (final del viaje), con sucesos crudos y duros de la realidad. Un muy expresivo libro, en el que el autor de Junín, con singular lirismo, pulsa la nota exacta, las imágenes más logradas”.
Poemas de: CENIZAS DE ALEJANDRÍA
LIBRO DE FINISTERRA
1. LA AMADA
Ella va caminando, sola. Sigue el rastro ondulado de la arena. Escucha, atenta, el mensaje del mar.
¿En qué piensa mientras sus diminutos pies juegan con la espuma ya teñida de rojo? No lo sé. Tal vez en nada.
Su cuerpo de joven mujer se abandona a la caricia contenida del viento.
Y escucha. Parece escuchar. Al viento, a su corazón, a las gaviotas hambrientas. Ahora, desde la escollera me mira. Su boca se deja ir en una breve sonrisa que con dulzura se deshace en el aire. Levanta su mano y la agita suavemente.
Como un ala. Como un ala blanca. Liviana y suave. Transparente como el espinazo de la tarde.
Nada dice.
Pero creo –porque su silencio no tiene reproches – que ha comprendido, como yo, que tanta luz
ciega.
2. DÍAS EN SANTA CLARA
¡Oh, noches de Santa Clara! La boca del mar parece no tener fin. Tritura y devora estrellas, satélites espías, barcazas.
Las blancas casas de los pescadores cuelgan sobre el abismo y el vértigo. Los faroles encendidos apenas iluminan nuestras pisadas sin destino.
Era el año setenta y ocho y tus pacientes manos aliviaban cada noche
el alarido de la carne.
¡Cuánto nos amamos, mujer, a orillas del mar, con los ojos bien abiertos!
Con los ojos alerta nos besamos.
Porque ellos, sicarios del alba, estaban siempre allí, al acecho.
En lo oscuro estaban. Y volvían a señalarnos con el dedo, a iluminarnos con potentes reflectores, a insultar nuestra desnuda inocencia.
Porque seguramente detestaban nuestra sed, amada.
Esa sed que arde y dura hasta el amanecer.
¡Oh, mañanas de Santa Clara! Volver a descubrir al mundo en la curva de tu espalda.
En piedras y conchales desnudos. En las gaviotas que inician el vuelo.
Y en el mar naciente que a nuestros fatigados pies lava cada día de toda culpa,
de todo desconsuelo, de toda inmundicia nocturna.
Ya no tendremos miedo, amada, aquí, cegados por la luz –te dije. Ya no.
Porque el sol de a poco calienta las manos y el silicio de las uñas y la vida
que viene atropellando desde abajo
y enciende el caldero de la sangre.
Ahora no. Aquí, en Santa Clara, donde aprendimos a renacer cada mañana.
3. LA PROFECÍA DEL MUELLE
Y en silencios así, vastos y quietos
como ahora –sentenció la amada mientras alisaba su pollera sobre las maderas del muelle –
estallará otra vez aquél sordo crepitar de palabras encendidas
en tu cabeza de niño inconsolable: “Hoy Buenos Aires
es una bestia herida
que blasfema y brama
y se revuelca en el río
y acalla en agua dulce sus heridas humeantes
y yo...”
Dijo: –Será otra vez tu voz, joven, lejana, insegura, en la confusión de muchas otras voces
y de gritos. Otra vez
lamentos pasos mordazas
detrás de los ojos.
¿Recordás la novedad del dolor de esa mañana, otro 11 de septiembre tras la cordillera temblorosa?
¿Recordás a Juan apasionado?
¿Recordás la ira implacable de un poderoso e insignificante dueño de conciencias?
Estarás condenado a recordar para humillar al olvido –me dijo también –.
Siempre recordarás. Siempre.
Y no perdonarás.
Nunca.
No, no negarás, no olvidarás, no eludirás el mandato irremediable
de la memoria.
No podrás –dijo la amada.
4. MELANCÓLICA BOTELLA
Ahora, en otro siglo y lejos de Santa Clara me pregunto, Juan Carlos:
¿cómo eran aquellos salvajes silabeos de gorrión?
¿cómo eran los temblores que estremecían los pechos debocados?
¿cómo eran el ímpetu la lágrima la furia?
¿Éramos, acaso, hijos del relámpago y del pino?
¿O fuimos, mejor, el bastardo engendro de un demiurgo ebrio?
No lo sé. Hoy no lo sé.
Tampoco si ganamos o perdimos o si todo fue desgracia.
Si el niño de la armoniosa carcajada murió, si era inocente en carne y alma.
Si existió de verdad.
Nunca lo sabré.
Nunca sabremos.
Pero –como ella conjeturó esa tarde sentada sobre los maderos – el presente está poblado de siluetas.
Algunas tienen rostro, otras nombre, muchas, nada: son de humo. Vago y turbio, dijo.
Y nadie sabe quiénes son, quiénes fueron, qué hacían, dónde estaban entonces,
dónde descansan sus pobres huesos.
Huyen al alba.
Pero regresan siempre.
Siempre.
Veo también fogatas en la tarde, acalladas convulsiones, dolor intenso en los músculos llagados. Puedo oler también sudores y alaridos. Porque los gritos huelen –aunque no lo creas – como alcanfor encierro humedad.
Todo eso veo ahora, Juan Carlos, y vos ya no estás para contarte.
Temo no ser fiel y exacto, porque las palabras fracasan y desertan
cuando quiero hablar de mí, de los muertos, las visiones.
El ayer se escapa como un pez baboso entre las manos.
El hoy es igual de untuoso y pronto dejará de ser.
Todo es tan breve
pero la inmundicia permanece y dura.
Y aunque sólo seamos sombra, duele.
Apesta.
5. EL FUEGO, EL HIELO
¿Cómo fue que perdimos el pudor, la honra, la vergüenza?
¿Cómo sucedió esa noche infeliz cuando ardieron en el patio húmedo los libros,
algunos poemas indecisos, cartas, la voz amada de Neruda, el desenfado de Prévert?
¿Cómo fue después aquello cuando sombras de hielo y azufre
sin filiación ni rostro humano
derribaron puertas muros velos?
¿Y cómo fue, decime, cómo fue de humillante
ese escándalo del corazón
partido en dos?
Sólo costras cicatrices sangre seca.
Fiebre.
Noches blancas amordazadas con trapos sucios
rancios de sudor y miedo.
Voces en la nuca que enfrían la lengua.
Y portones que se cierran adelante,
atrás.
Orines llantos alientos
venenosos.
Pero, a las seis de la tarde, indefectiblemente,
a las seis de la tarde, la humanidad, la puta humanidad,
olía a jabón
y a tabaco rubio.
Pero eso quedaba lejos. Tan lejos. Afuera,
detrás de paredes indecentes mudas sordas.
6. EPÍGRAFES, FOTOS
Mientras la amada duerme
las fotos velan.
Revueltas, apiladas, de aquí, de allá, de todas partes. Fotos por doquier.
Fotos de personas descalzas, de trajes Dior y hastío;
desnudas, provocadoras, inocentes; enfermas, baleadas, bronceadas.
Fotos del humo y del fuego, del dolor, de la pesadumbre de estar vivos.
Fotos en mi mesa, clavadas en la pared, en los bolsillos.
Y en mi cansada memoria las fotos que no fueron.
Ellas nos hablan juran niegan.
Siempre están diciendo algo, sí. Vociferan. Susurran
Insidiosas
arrojan ira estupidez desencanto.
Un instante y para siempre: fotos. ¿Para qué cautivar el tiempo en una imagen?
La niña murió y punto.
¿Para qué?
La madre siempre llorará, aunque no tenga ya ni el recuerdo de una lágrima.
Los pies sangran contra los peñascos. No es posible soportar mucho tiempo esa mirada.
Harapos del alma en ese hombre, en todos los hombres. Mirar ausente y la mano descarnada que está pidiendo algo que no puedo darle desde aquí.
¿Dónde quedó mi compasión?
¿Dónde?
Fotos, fotos, fotos. El viento dobla los árboles y la espalda de la mujer.
Su niño es liviano como el suspiro de un pájaro. Pesa menos que su dolor.
No comprende.
Tampoco intenta saber algo. Respira. Vive. Sólo tiene algunas certezas: sus pechos
sedientos, sus ovarios marchitos. También algo que sus manos ulceradas buscan y no encuentran. Y quizás no encontrarán.
Nunca.
Bagdad, San Pablo, Gaza, Buenos Aires. Imágenes apiladas superpuestas
simultáneas. Ahora. Hoy. Hace un instante.
Y nunca más.
Sombras quemadas. Fugaces sombras en solución de plata: fotos.
Sobre la película sensible la historia se escribe con luz. Arañazos de luz y sombra
que dibujan un perfil, un gesto, moscas sobre una llaga. Nada escapa al ojo
sensible.
Todo está aquí entre mis dedos, ante mis ojos: bucólicos atardeceres, noches violentas, cadáveres al amanecer.
Solos y sin alma ya. Aunque trate de preguntarme algún por qué, su identidad,
su filogenia. La percepción del dolor se ha ido pronto con el último suspiro.
La sangre toda se derramó
por las cunetas estrechas.
La sangre manchó la escarcha.
La Cava, Río, Bogotá, arrabales de Beirut.
Qué más da.
7. POSTALES, BALAS
El viajero ahora sonríe entre mis manos. La mueca aún perdura.
¿A quién le muestra esos dientes blancos parejos cuidados?
¿ A la mujer de bermuda floreada?¿A la cámara instantánea?¿ A todos?
A nadie, cuando babea, así,
como una vaca idiota
sin ver qué está sucediendo
a sus espaldas, a los lados,
detrás del ojo sobrehumano.
No ve. No quiere ver.
No quiere doblegarse ante la ronda de Juanitos y Ramonas
que moquean y corren detrás de una bandada parloteante de rubios y fornidos turistas.
No quiere ver los pechos duros, pequeños y ofrendosos de la niña morena.
No quiere.
Alrededor todos ellos balbucean el idioma del hambre largo, del frío, de la muerte segura en un baldío.
–“¿Qué dicen?”. “¿Qué dicen?”
“¿Qué carajo dicen?”
No comprenden no pueden no quieren pero disparan sus veloces 1/5000
Olympus Nikon Canon
Disparan y disparan.
Disparan cada toma como balas.
Balas en magenta, en índigo, en amarillo para matar sin sangre.
Sin dolor. Sin fuego.
Sin culpa.
¿Serán éstas las fotos de tu derrota, Enrique Záttara?
¿Debió de haber sido así, tan inconfesable y áspera la condición del vencido?
(Debí saberlo antes, hermano; debí descifrarlo en la pupila tristona de la amada.)
Sin embargo, aquella noche, cuando cantando y del brazo
trotábamos las calles vacías de aquel pueblo indolente
creo que nada
sospechábamos. Ninguno. Ni Joaquín, ni Tito, ni Susana.
Porque, verás, sin reparos ni cuestiones a rendir
presurosa
la vida
volvería otra vez
acariciando el lomo somnoliento de la pampa despojada verde eterna,
esa mañana.
¿Cómo son, Daniel, las fotos de nuestra derrota? ¿Dónde están? ¿Qué dicen?
¿Acaso alguien, alguno de nosotros, las tendrá guardadas en algún cajón
o enterradas
en algún jardín sombrío?
¿Seremos aún capaces de reconocernos entre el ardor, el humo y luego las cenizas?
Mejor, por ese extraño brillo en la mirada.
Quién sabe.
8. NOTICIAS DE LA GUERRA
Los matutinos de hoy salpican sangre. El noticiero de las veinte vomita sangre.
Los informes de trasnoche cagan sangre. Caín
levanta las manos garras rojas humeantes. ¡Abel ha muerto
en vivo y en directo! Primicia. Nunca visto. En exclusiva
Urbi et orbe. En cadena.
Una y otra vez se alza su brazo. Una y otra vez cae sobre la cabeza del hermano.
Una y otra vez en todos los idiomas, por los setecientos cinco canales, en cámara lenta.
Replay. Unos fardos blancos sobre piso de tierra. Fardos rotulados tiesos fríos. Fardos prolijamente alineados. Un hombre de rodillas se tapa la cara. Suplica a su Dios.
Tal vez llore. Tal vez pueda
Por los inocentes de Jenín.
Por todos.
Por sí mismo.
Replay. Envuelto en una frazada un niño es llevado hacia una ambulancia, ayer, en un mercado.
La cabeza del pequeño, como una palomita sin aliento, cae blanda sobre el brazo del socorrista. Otros hombres corren detrás, empujan, pretenden detener al tiempo, al humo,
al suspiro que se está yendo entre las piedras.
¡Apenas un niño! ¡Casi una torcaza!
Otro niño de Jenín. Y otro. Y otro más. Muchos niños deambulando entre los escombros del campamento, solos, sin destino, expulsados al infierno de los desterrados, de los sin patria, de los predestinados.
Replay. Las muchachas recolectan agua. Para lavar la sangre y el polvo de los cuerpos.
La mugre de la razón, el desatino del poder.
¿Cuándo podrán regar un lucido y fresco jardín en la puerta de sus casas?
¿Cuándo?
Al Fawar. Reinado de la insanía. En ese remoto lugar del mundo. Sobre las peñas, muy cerca
del sol.
¿Quién sabe cómo se muere en Al Fawar, sobre las ruinas y el cielo tan a mano?
Hay que ver para saber.
Hay que tener estómago de buitre,
amigos.
Replay. Fuego a discreción. Las bombas caen como una lluvia rabiosa sobre las tiendas,
sobre las casas,
sobre los feriantes,
sobre las bestias, que escapan sin saber que pronto una bala perdida le ventilará
las costillas. Fuego a discreción.
¡Vivo!¡Exclusivo! Tanques metralla furia ciega por las callejuelas de Hebrón.
Ahora en Fallujah recula el imperio. Último momento: negocian una tregua.
Replay.
9. 24–M, MIÉRCOLES, EN LA PLATA
Debajo de la gran magnolia
florecida que perfuma
la tarde,
cuando el sol declina
ya su luz,
la muchachita rubia
y el muchacho
de camisa blanca
se besan
con los ojos cerrados.
Con los ojos cerrados
se besan
y dejan afuera del beso
y la tibieza de sus lenguas
al vendedor de pochoclos
y a las floristas.
Afuera dejan del amor
y sus urgencias
a los mandaderos,
a los oficinistas,
a las empleadas,
a las telefonistas,
que a esa hora
presurosos
cabizbajos
regresan a sus casas.
Afuera del beso
arriba
sobre sus cabezas ardidas
cuelgan muchos rostros
de otros jóvenes
–fotos de chicas y de chicos
con unos nombres
y unas fechas
y unas circunstancias –
que hoy serían casi viejos
como yo.
Afuera del beso.
Arriba
en el cordel
de farol a farol.
10. MEMORIA DEL AUSENTE
Entonces, vuelven, mientras la amada aún duerme.
Los que ya nunca estarán con nosotros,
los que no te llamarán por teléfono,
para preguntarte cómo estás che qué hacés
para decirte que te quieren que te extrañan y que nos encontramos mañana
en el barcito de costumbre. Todos
los vivos
y los muertos
vuelven.
Todos
son yo mismo
ahora
mientras la amada
apenas respira
descansa sueña.
Todos
vienen a mí
esta noche
para inmolarse
en el espantoso vacío
de un tiempo por venir
el olvido.
¡Ah, la profecía del muelle!
Porque hasta mí vendrán
el alma desflorada
asqueado impuro.
Hasta mí,
una y otra
noche.
Porque ellos, pobrecitos,
no tendrán alas nunca.
Ellos qué
¿túmulo?
¿ceniza?
¿polvo?
Ellos
los ausentes la amada yo mientras
clarea alumbra danza en las cortinas
esa promiscua traición de la vigilia.
Ellos
Apenas lamparones de luz en la oscuridad
Rápidos garabatos del alma
Máscaras que a veces te sonríen con desgano
y muchas otras ves llorar sentidamente
entre la tarde oblicua
y la noche que se ahonda.
Efímeras estrellas
que vienen
van
vuelven
errantes y sin norte
en la íntima desolación del sueño
en el cielo
más mío
tan profundo
tan hondo.
¡Ah, la profecía del muelle!
DATOS DEL AUTOR
RUBÉN AMÉRICO LIGGERA
INFORMACION PERSONAL
* Nacionalidad: Argentina
* Edad: 57
* Lugar de nacimiento: Junín(B)
EDUCACIÓN
Bachiller Nacional, Colegio Nacional de Junín, Rector Álvarez Rodríguez.
Profesor en Historia y Letras Instituto Superior del Profesorado “Junín”, Junín, Provincia de Buenos Aires.
EXPERIENCIA LABORAL
* Profesor en Lengua, Literatura e Historia en establecimientos educativos de nivel Medio y Superior: Instituto Juan Bautista Debrabant, Colegio Santa Unión, Instituto Padre Respuela e Instituto Superior del Profesorado “Junín”.(Con Licencia Gremial desde mayo de 2003 en todos los cargos)
* Actualmente Secretario General del Sindicato Argentino de los Docentes Privados(SADOP), Delegación Junín
* Periodista, ensayista y poeta. Colabora con distintos medios del país y del exterior. Co fundador del Movimiento Poesía (Junín, 2001)
* Publicaciones: Pido gancho, poesía, 1972; La fuente de los deseos, poesía, 1973; Agua desnuda, poesía, 1989; De espejos, fantasmas y esqueletos. Ensayos sobre la obra literaria de Enrique Anderson Imbert, análisis y crítica literaria, 1990; Piadosa luz, poesía, 1997(Premio Fundación Banco de Caseros); Woodstock, poesía, 2001(Premio de poesía FATSA 2000) y Cenizas de Alejandría, poesía, 2008 (Finalista premio Olga Orozco, nómada-UNSAM)
* Director propietario de la publicación cultural Horizonte de Cultura, 1989-1994
* Secretario de Cultura y Educación de la CGT (Confederación General del Trabajo) Regional Junín desde su normalización hasta la actualidad.
CORREO ELECTRÓNICO:
RLIGGERA@HOTMAIL.COM
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