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Leopoldo Castilla - El amanecido (2005)
2009-03-08 | El Descubrimiento
El amanecido
Leopoldo Castilla
Buenos Aires, El mono armado, 2005
Poemas de: EL AMANECIDO
LA MESA DE MIS DIOSES
A Pedro González
Bebo con mis dioses,
con Xangó, dios del trueno, protector
del ebrio y del amante,
a quien he visto desimantar a las bahianas
marearlas
como si dentro les copulara una bandera,
que descendió en mí en Santiago de Cuba
por obra y gracia de Orula y de un babalao
cenizo
de cruzar la suerte de los hombres.
Bebo con Vishnú a quien no pude despertar
de su lento absoluto, cuando ascendiendo
una escalera enorme
lo vi yacer, sin mundo,
como una luna esperando el regreso del cielo.
Fue en Bali esa visión. La tierra
desaparecía
devorada por sus delicadezas.
Ofrendo y bebo con la Pachamama, porque le pertenezco
arbolito que yo soy y nunca alcanzo
río que me llamo y nunca vuelvo,
y con el Señor del Milagro,
que brillaba como un fruto
en el terror
en el luto
y el espejismo del alma de mis abuelos.
En la mesa, desnumerando, como suelen,
está el duende, con su mano de lana
y su mano de hierro
cicatrizando sus ojos debajo de la higuera.
Y el diablo, pobre hombre, aparecido en otra dimensión,
tahur,
que sólo como música puede entrar a este mundo.
De pie, a mis espaldas, está mi muerto. Lo desconozco.
Me dijeron “es alto y tiene el pelo blanco. Lo cuida.”
Un extraño condenado a mi suerte,
un plenilunio de mi cuerpo. Y es que otras formas duran
para sostener tu forma
y están vacíos todos los nacimientos.
Y estoy yo, ateo, sin iglesias,
milagroso.
Y en otro rincón, también yo, con siete años,
mirándome mirar
los sentires de mi madre
y a mi padre ardiendo,
maravillado,
herido
entre cantores difuntos.
Unos recién naciendo,
otros, en la muerte,
maldormidos,
nos amanecemos
aunque nunca llegue el día.
Estamos todos ocupando todo.
No falta nadie.
Y, sin embargo, la mesa está vacía.
NACIMIENTO DE LA SIMETRÍA
A Osvaldo Torasso
De esas dos mitades sólo una es real.
Hechizada por su aparición
y antes que la luz la disuelva
engendró la otra para verse.
Medio árbol es el que extiende sus ramas para tocarse,
medio hombre el que custodia su propia calavera
y sólo con un ala y un espejo
vuela la mariposa.
Una desesperada volandería de mitades llena de mañanas el mundo.
Siempre que la muerte, que es tuerta,
con su ojo demasiado solitario
no se atreva a mirar,
lo irreal semillará la tierra.
SUPLANTACIONES
El firmamento para esa mujer es el oro,
el oro para ese niño
un fueguito en el baldío,
el baldío para una anciana
su juventud en esa fotografía.
Las cosas están soldadas por la desesperación.
Entre ellas, el hombre que las junta,
mientras nada, sonámbulo, en el cardumen de sus antepasados,
y va, tenue de pensamiento,
a ese otro pensamiento
que es la muerte.
Entonces, le unen las manos
para que se toque y se recuerde.
Pero él ya no está,
ni puede reunir sus islas.
La anciana, la mujer, el niño
lo miran irse de la fotografía
hacia el firmamento baldío.
Alguien dice: “son cosas del destino”.
Y lejos, el destino gira,
fuera de sí,
sin porvenir,
como un loco atado
al árbol del fondo de la casa.
LORO
Esa flor sacrílega, habla.
No imita, habla
y desea el vino, las mujeres y el pan de los hombres.
Ese es su secreto.
Avanza por el aro
y cierra el círculo.
Entonces chilla, igual que ellos
cuando eran pájaros
o canta, como las campanas,
con el pavor de tener dos almas.
Mientras ellos repiten lo que dice, ríe
y se pica el pecho
y se lo parte,
ríe a carcajadas
y se pica, a fondo, el corazón
para que el secreto salga.
TEMA: LA VACA
La vaca rectangular, trazada de tal modo
de estar en paz con la gravedad,
cómodamente amoblada por dentro,
el salón del estómago y, apartados,
los depósitos urinarios,
la que calma, venerable, la ansiedad de la hierba,
la huida de los campos
la vaca con toda su profundidad
anodina
encima de la tierra, con sus ojos beduinos
y mortales
la que amamanta al ternero y a otras letales bestias,
demasiado sola si no fuera
por las maternales moscas,
vive en la mano de dios y, en un día sin salud,
desventurada, muere.
Extrañamente se ha vuelto pasto
de hombres o de pájaros carniceros.
Hasta que el viento o las hambrientas superficies
la dejan en los huesos. Entonces, se ve su calavera,
triangular, astada,
una bestia insurrecta
ahuecando la llanura,
quebrantando el viento,
su aterrada arquitectura, el hueco de los ojos
devorando el futuro,
uno por uno
todos los nacimientos.
LA MADRE Y LA MUSICA
Escuchaba música en la azotea.
Me enseñaba el cielo. Sonreía.
Siempre sonríe la madre mirando las estrellas.
Una tarde dejó su anillo en la tumba de Chopin.
Debe estar brillando, todavía.
Un círculo de oro tan infinito
que enciende el firmamento dentro de la tierra
y la música
y la brasa del corazón de la madre,
mientras, desquiciada, enorme
se mueve la noche
en su mausoleo
libre y oscuro.
EL AMANECIDO
A Maximiliano Witte
¿Qué estaré siendo yo de este lugar
que ha parido la presa de su cacería?
Entenado de mis muertos
llevo una flor a su caridad
para que vuelva en mí esta comarca,
pero es tarde,
el cielo envejeció
y el espacio ha crecido demasiado.
He gozado todos los sonidos,
me he dejado llorar
por ojos difuntos,
he besado a mi época en la lengua
y a esta altura
soy el cielo de mis fornicaciones
y la intemperie donde flameo, inhumano.
Entro a la tormenta de la casa vacía
y lluevo largamente,
con la copa en las raíces,
asfixiado por el aire,
y, enguantado por mi oscuridad,
pudro mi leña,
eyaculo el escenario,
pierdo los papeles, tacho la luz,
lastimo la función.
Los otros no saben que están dentro
de un día que no amaneció,
el que me he robado
mientras del suero de mi cerebro
se amamantaba la noche
cuando yo tiraba mis huesos al aire
y ni la muerte los reconocía.
Tengo dentro
un salto de pájaro espantado,
un niño helado en su futuro,
un camino que no deja de ir
y un árbol inmóvil
soltando frutos oscuros.
No hay contemplación: mi limosna es mi cuerpo.
Ya no me sirve el universo
ni le sirvo yo.
Hacia una luz inválida se va el día.
Y no me lleva.
Donde yo duermo, trinan como perras,
mendigas, las palomas.
POEMA INEDITO
AFRICA
En la luz comienzan los animales
extenuada
expulsó a la cebra
que no tiene campo
sino en el espejismo
enfermó a la resolana para espesar al león
y dobló en un tulipán
a los flamencos.
Ella hizo
que las especies se reconocieran
para que el fin durara,
que no se cruce con el halcón
el leopardo
el buitre con el pez
pues nunca serán del todo
sólo formas del miedo que tuvo el universo
a perder la memoria.
La luz es eso que las bestias gritan
el bramido del elefante
amputado
del pulmón de la noche
el grito con que se alumbra el zorro
la risa
con que se desclava de sus huesos la hiena
y el rugido
de cada rotación del mundo en el león.
Los hombres, al borde del cráter, sonríen
con el voltaje justo
para no desaparecer,
quietos, igual que sombras azules bajo los árboles veloces,
separados
por el cuello
de la intemperie
atraídos
como jóvenes muertos
hacia la luna vacía del Ngorongoro.
Son el alguien del viento
los masais
van como lentos pájaros
detrás de su ganado
sin rumbo:
ellos son el confín. El ademán
de la planta
cuando iba a ser vagabunda,
el de la sombra cuando iba a ser persona,
hombre que sale por su propio pie de un sueño
y no acaba de ser
aunque se imante de colores
se perfore
o a duras penas toque tierra.
No le viene su animal ni bebiendo sangre
sólo el cloriti le devuelve el rugido
que, como el coraje, regresa desde muy remoto
y entonces sí
el león huele a masai
y se espanta de ese hombre
hendido
por una bestia transparente.
Recién entonces entran, solitarios,
a la luz que ondulan
y es ver
peces oscuros
en un campo de olfatos.
Los animales emanan sus distancias:
en la jirafa cunde
la visión de la hierba;
la alegría de un suicidio
en el azul
del pájaro,
que no ocupa nada
y ese color es más grande
que todos los espacios.
Estos invisibles son el campo
donde la cebra acaba
va a comenzar la lluvia,
el avestruz mira
por donde él ya se ha ido
y la garza
vuela siempre en otro lado.
Fuera, los masais, cercan
en círculos
sus animales, sus casas, sus mujeres.
Para seguir, borran el camino
en círculos
como el fuego
y los pájaros.
En la sabana tarda el primer día.
El último, el final,
un viento de eclipse borrará las llanuras
alentará
ya ingrávida en el polvo, la gacela,
en su imán
el rinoceronte
y en leves desiertos
la desnudez, sólo la desnudez
sin cuerpo de los hombres.
A ese final lo huele el ñu, sabe que sólo el que huye
es único
y muere sin cesar en la manada,
el cocodrilo que aguarda en el pasado,
el hipopótamo
que envejece, amniótico,
las aguas de su nacimiento.
Las bestias
sostenidas
por la música de su aparición
propagan, copulando, esta comarca de temblores,
de alumbramientos.
Y empieza la cacería, dentro del polvo
en Masai Mara,
dentro de la atmósfera
en Ngorongoro
y en un desmonte de la luna
en Taranguire.
El día no tiene tiempo.
El mismo instante
que aísla
el sueño de la jirafa
hechiza
el oído del elefante;
se templa en el búfalo
la hora
que martiriza al buitre
aquí
pesa más la sangre que la muerte.
Ya de noche, lo que se oye y brilla
son fiebres
el elefante grita como un árbol,
como un humillado
la hiena
y una ola lejos del mar
clama en los leones.
Todos deformándose
hasta desterrarse. Pero vuelve la luz
y con la luz
el tacto
y el esperma y la sed y la sombra y el hambre
entonces
cambian el color
y son el pasto
y la arena y la rama y la lluvia
y nada puede detener el mundo
mientras dure el quebranto
del primer día del mundo.
DATOS DE LEOPOLDO CASTILLA
Leopoldo Castilla nació en Salta, Argentina en 1947. En el año 1976 fue perseguido por la Dictadura Militar, y debió exiliarse en España.
Ha publicado los siguientes libros de poemas: El espejo de fuego (Salta, edición del autor, 1968); La lámpara en la lluvia (Salta, edición del autor, 1971); Generación terrestre (Salta, edición de la Dirección de Cultura, 1974); Versión de la materia (Madrid, Editorial Estaciones, 1982); Campo de prueba (Buenos Aires, Libros de Tierra Firme, 1985); Teorema Natural (Madrid, Editorial Hiperión, 1991); Baniano (Madrid, Editorial Verbum, 1995), Nunca (Buenos Aires, Ultimo Reino, 2001), Libro de Egipto (Buenos Aires, Ultimo Reino, 2002).Línea de Fuga (Buenos Aires, Ediciones del Mono Armado, 2004), Bambú (Buenos Aires, Ediciones del Mono Armado, 2004) y El Amanecido (Buenos Aires, Ediciones del Mono Armado, 2005). Reediciones: El Amanecido ( Caracas, Venezuela, El Perro y la Rana, 2007) y Teorema Natural (Colección poesía, Universidad de Carabobo, Valencia, Venezuela, 2008)
En el año 2001 fue publicada una Antología del autor por el Fondo Nacional de las Artes de Argentina y en el año 2008 fue publicada una Antología Poética en Caracas, Venezuela, Monte Avila Ediciones.
En 1999 publicó El árbol de la copla (Buenos Aires, Ediciones del Instituto Movilizador de Fondos Cooperativos).
Como narrador ha publicado: Odilón (Salta, edición de la Dirección de Cultura, 1975), La luz naranja (Soria, edición de la Diputación de Soria, 1984), La canción del Ausente (cuentos, Rosario, editorial Ciudad Gótica 2006), El Arcángel (novela, Buenos Aires, Cátalogos, 2007).
Fue invitado por la Unión Soviética para escribir un libro que la Editorial Progreso de Moscú publicó en 1990 con el título Diario en la Perestroika. También es autor de Nueva poesía argentina (Madrid, Editorial Hiperión, 1987); Poesía argentina actual (Estocolmo, Editorial Siesta, 1988). La Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha editó en 1995 una antología de cuentos y pinturas de los niños de esa región española, realizada junto a Gabriel Castilla.
Recibió premios nacionales e internacionales. Poesía suya fue traducida al inglés, francés, italiano, sueco, portugués y ruso. Sobre su cuento La redada se filmó el largometraje homónimo dirigido por Rolando Pardo.
Por su libro Nunca recibió el Primer Premio de Poesía Año 2000 del Fondo Nacional de las Artes.
Recibió el Premio Municipal de Poesía de la Ciudad de Buenos Aires 1998-1999.
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