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Carlos Aprea - Abrigo (2005)
2008-12-05 |
Abrigo
Carlos Aprea
La Plata, Al Margen, 2005.
Poemas de: ABRIGO
LA INQUIETUD
perfume venenoso de una flor inesperada,
aliento de sepulcro fresco, de carne torturada,
enrarece el pensar,
aviva los fantasmas que asedian otra vez
como a nuestros antepasados,
siempre del lado equivocado de las murallas,
los gritos de los muertos de una guerra sorda
recorren las entrañas con el desprecio de un recaudador,
huésped violento como la boca desdentada del hambre,
¿qué nos falta entregar todavía?
¿qué soberbia nos reclama culpables?, ¿qué impostura?,
el martillo repica con el rostro del hambre,
el alfabeto golpea con el rostro del hambre,
alguien pide, pero no alcanza,
alguien da, pero no alcanza,
y entre equívoco y error crece el desprecio:
¿qué pedir salvará?, ¿y qué dar?
se mendiga en el límite de la propia conciencia
de una espera hervida por el odio,
aún sin saber que todos mendigamos
algo, alguna vez,
vergüenza no es pedir ni errar, ni preguntar
al menos al propio vacío del espejo,
y sin embargo
el amigo con el silencio del miedo,
el desprecio del miedo, la soledad del miedo,
la iniquidad del miedo,
¿demasiadas voces lo confunden, demasiadas imágenes?
¿no confía en su voz?, ¿oirá su voz?, ¿la olvidó?
de niños escuchamos para aprender a hablar
y al crecer desaprendemos el escuchar,
la maldita producción del desamparo
y las falsas murallas que se derrumban solas,
ante los ojos azorados de los nuevos siervos
la naturaleza enfatiza el mal,
como el recurso burdo de un mal comediante,
no es la lluvia que te empapa, ni la inundación la que te oprime,
no es el sol el culpable de esa sed que anula el deseo mas fecundo,
la maldita producción del desamparo
es nuestra,
la alegría no prospera en esta tierra
más que como recurso de un brevísimo hálito de la memoria,
permanece su sombra, un sol extinguido,
y sólo crece una fuerza oscura y silenciosa como el porvenir de la desilusión,
no es esperanza,
es desenlace.
[Carlos Aprea, de Abrigo]
EXPIACIONES
en nuestra calle
no hay abrigo del sol
hay una luz que nos condena
alguien
riega
y riega
el último árbol seco
que no fue talado
[Carlos Aprea, de Abrigo]
OSCURIDAD
aguijón, fósforo negro, corazonada,
lumbre fugaz en la cerrada inmensidad,
las cosas que tocamos
nos devuelven a esta vida oscura
sin saber
si son presentimiento o ruinas
de un deseo inconcluso y fugitivo,
¿sobre qué falta, qué ausencia, qué crimen,
se intentó construir el mediodía?
vagamos en palabras empapadas de un llanto desconocido,
en una nave de aire, sin rumbo ni bandera,
porque todas las defensas están vencidas
y se juntan los mares sobre nuestros pies,
para que nada eche raíz, salvo la huida,
no hay otra tierra que la pura ausencia, mapa desecho
de un sueño ahogado por una peste de exilio que no cesa,
hemos de nadar a tientas, mareados
por el rumor del agua socavándolo todo,
agua natal que regresa ya no como abrigo
sino solvente de fracasos,
¿te encontraré nuevamente en esta noche líquida?
¿oirás mi voz humedecida o solamente estoy llorando
un encuentro imposible?,
no habíamos previsto salida de emergencia, sólo vivir,
yo aún tenía mi mapa y lo quemé
para que alcances a verme con el resplandor, fue poco,
esperanza: te esfumas como un papel ardiendo,
aquí solo se puede entrar
y quedarnos a buscar en lo oscuro,
como te busco ahora, recordándote,
sin ver tu voz, sin escuchar tu mirada.
¿podré palpar a tientas el perfil de tu risa?
otros despiertan a la noche con una letanía:
"Yo no derroché lo que no tuve,
sólo me descuidé de mí",
hemos de nadar esquivando cadáveres,
de los anonadados, los perplejos, los tontos
que continúan naciendo con culpas ajenas bajo el brazo,
y de los que siempre regresan a la superficie,
cimientos de injusticia, de culpa sin castigo,
mudez de las presencias que condenan el olvido.
yo te busco, madero, isla mía,
muevo, giro los cuerpos asombrados,
con el temor de adivinarte perdida para siempre,
con el terror de ver mi rostro
en uno de esos cuerpos que flota a la deriva.
trabajo con mi afán para no derrumbarme,
disuelto por las aguas.
vida, sostenme la mirada hasta que mis ojos vean,
tiende el puente otra vez
hacia su espalda salvadora,
hacia el refugio de sus muslos,
déjame visitarla con mis manos arrugadas,
como esa vez donde nací en sus aguas
y fuimos principio,
y fuimos el sol y la sed colmada.
[Carlos Aprea, de Abrigo]
LOS CONSTRUCTORES
larga travesía bajo la lluvia
prisioneros por extraña vocación de huérfanos,
hacemos de la pampa un pantano de lágrimas mordidas,
multitud solitaria en la noche cerrada,
apenas si hay recuerdo de esos chispazos de lucidez,
a lo lejos,
alguien que ríe, para espantar difuntos y asechanzas,
calla de pronto, abrumado por el silencio,
"solo confiar en la realidad del hambre", concluye,
"la verdad es concreta",
los que se fueron, los que aún se van,
los que seguimos andando mientras crece el pantano,
no soportamos que nos distraiga la alegría
cuando no es fruto del propio sudor,
cada nuevo día más desnudos, más hambrientos,
señorío del barro y de las aguas,
más sabios "de rencores y de afrentas",
más dispuestos,
aquí erramos con armas oxidadas,
las herramientas de los viejos oficios,
pero aún con saliva en la garganta,
tierrita firme, sostén del pié que quiere erguir
un esqueleto desnudo, país de la memoria,
cada uno con su trozo de pérdida
va armando a tientas el recorrido perdido de los sueños,
aquí bajo la lluvia que quiebra los alambres de púas
de tu falsa virginidad, los límites tramposos de las siembras del odio,
los atajos que engañan como lisonjas,
nos encontramos para fecundarte en rieles libertarios
con el semen del último sudor que sirva,
ese es el plan secreto, delirio de miserables
ardidos por la lluvia, andando sin descansos,
aquí reunidos por el sólo oficio de sobrevivir,
hundiendo nuestras lanzas en las aguas oscuras
para que algo desconocido florezca,
no hay otra siembra que el dolor, no hay tiempo entre nosotros
para disfrutar ni el veneno de la nostalgia,
vaciamos las mochilas de avíos y saberes
y a golpes en lo oscuro comienza la faena,
los miles coordinados por nada más que un ansia
golpean en la noche como llamando al alba,
y el día "sólo es tardanza de lo que está por venir",
los rieles, los vagones y la máquina, se alzan
sobre el ruido insolente de los hierros,
todos callados mientras la lluvia acaba,
las aguas lentamente en retirada
descubren las alturas de la empresa,
al fin de la jornada inmensa
la máquina está lista, reposa entre los rieles,
en el primer vagón van nuestros muertos,
rodeados de perfumes, de flores y de pájaros,
después siguen los demás, los heridos y enfermos
y al fin los constructores se descubren a los ojos,
la multitud callada ya olvidó sonreír,
pero alguien canta,
y parte el primer tren.
[Carlos Aprea, de Abrigo]
MODESTAS ILUSIONES
en la morsa, el serrucho, los martillos,
en el golpe que hunde el clavo en la madera,
en el olor de la madera nueva,
buscar la forma de una artesanía personal,
manualidades para huir del tiempo,
la cocinera se hunde en la cocina
para llenar el plato
de unos desconocidos que no vendrán jamás,
el ama de casa barre y lava
la habitación desocupada de una casa vacía,
ese huir de la sombra que crece por dentro,
huir de toda conversación
que no sea descarga,
el otro como pararrayos del odio acumulado,
regusto del propio dolor
frente al eterno infierno de los otros,
y desconfiar de los poderes de la palabra,
porque las palabras tienen dueños feroces
que defienden con ellas sus posesiones
como perros, como pequeños o grandes asesinos,
y descreer toda dicha posible frente a lo querido
o temido, como el deseo antiguo de la carne y sus dos rostros,
solo, en el galpón en el fondo del terreno
donde disolvías tu no ser,
rompías el tedio
de una espera brutal
pagada en infinitas cuotas de usura de vida,
¿quién te amargó la sangre?, ¿quién envenenó tu aliento?
paciencia larga como la vara de un castigo,
colgando el sambenito de un final
largamente anunciado por los ancianos:
o la resignación o el hambre,
amenazando resecar el jugo de la libertad,
envenenando la justa recompensa del trabajo,
encerrando con la rabia de puños apretados
las viejas herramientas, los nuevos materiales
que serán sojuzgados en venganza,
todo lo que no alcanzamos a olvidar,
ese sueño absurdo,
esa ilusión juvenil,
esa alegría
que un día nos dejó,
solos frente al temor,
desnudos frente a la cobardía,
y nos espera,
en algún tiempo,
en algún lugar,
frente a nosotros, cargados de asechanzas,
zumba embriagadora
vieja amante furtiva,
ven,
cualquiera sea tu nombre
cualquiera tu destino,
lávanos la desdicha, disípanos la rabia,
renueva tu promesa
para seguir viviendo.
[Carlos Aprea, de Abrigo]
CANSANCIO
aprender un oficio
es como templar un nuevo ritmo en uno,
domar el potro arisco de una rutina nueva,
y que el desconocido cuerpo soporte los trajines,
releer las palabras
escritas para otros,
escuchar las palabras
pronunciadas por otros,
esa desconocida multitud
cuyo mejor semblante,
de tanto en tanto,
ilumina el centro de una alegría
pequeña y pasajera,
otros que florecen por un momento
en la ilusión del ramo,
con un nosotros que abraza y nos contiene,
perfumando la calle más ancha de mi pueblo,
esos otros,
ajenos ahora, lejos
de toda ilusión que les de un rostro cierto,
de toda luz que encienda en mí
esa alegría vagabunda y anchísima,
lejos de este cuarto que apenas me contiene en pie,
inocentes y ajenos
a este cansancio que me pertenece por entero
y, en soledad,
entrega mansamente el cuerpo al sueño,
después de una jornada absurda,
absurda
como la vocación equivocada
de alguien que apuesta,
sistemáticamente,
a la derrota de sus propios afanes,
y mece su razón última
en la oscura cuna donde yace,
hace demasiados años,
una desolación difícil de ocultar y de explicar,
que a fuerza de persistir,
se ha convertido en yunque y forja
de la memoria del dolor
es que después de tantos años
parecemos los mismos,
merodeando aún como los bárbaros
del otro lado del círculo de tiza
que algunos se obstinan en trazar
y que nos deja fuera,
en la intemperie de su desprecio,
con nuestro absurdo cansancio
y el extraño dolor de una tristeza
que ni la derrota más lograda consigue borrar.
[Carlos Aprea, de Abrigo]
LA PODA
entrado el invierno,
fría la tierra, la corteza fría,
las ramas implorando hacia el cielo plomizo,
el viejo calza sus guantes y prepara
la pinza de podar,
observa en el ciruelo sus extendidas ramas,
recorre el cuerpo que ha dado el tiempo
a la copa desnuda,
sus antiguos nudos, sus bifurcaciones,
adivina una geometría que subyace
oculta a nuestra vista
y comienza, corte a corte,
a volverla visible,
de cada uno de estos cortes
dice,
depende la próxima cosecha.
[Carlos Aprea, de Abrigo]
EL AÑO QUE VIENE EN NINGÚN LUGAR
nadie vende pasajes para ese viaje
a una ciudad sin nombre,
a una región iluminada en sueños
por los latidos del propio corazón,
y sin embargo todos lo deseamos,
es nuestra íntima estrategia de sobrevivencia,
confusamente, sin saber
cuánto vale el propio cuerpo, todavía,
ajena y salvaje a toda norma, a toda resignación,
quizá lo que no alcance a comprenderse
aún, entre nosotros,
lo que está lejos
de los rituales cotidianos,
de una razón pragmática y elemental,
lo que permanece oculto
aún, entre nosotros, como un temor,
es esa noción,
esa señal de identidad
que es a la vez falta y atributo,
sentirse parte y destino
de un largo exilio,
nuestra desconocida historia común,
tergiversada,
enajenada,
oculta por millones de cadáveres,
comunes,
ocultos por millones de mercancías,
comunes,
que legislan nuestra normalidad,
por la sutil aceleración del consumo
que nos consume,
y la diáspora
que no cesa.
[Carlos Aprea, de Abrigo]
EL VIENTO
es octubre en este barrio donde el presente
llegó
demasiado parecido al pasado,
una función continua con actores exhaustos,
es primavera y sin embargo,
en este atardecer sereno,
el cúmulo de pequeñas y grandes traiciones personales
a caído sobre una voluntad en retirada,
la condena del desasosiego sedimenta en años
y tizna el cuerpo del futuro
que se avizora ceniciento,
un niño condenado
en el vientre inmaduro de una primeriza,
sin heredad ni aliento,
así,
el pulso apuesta su propio desconsuelo
en la cárcel del tiempo,
ajeno al sol que declina mansamente,
de pronto, tan impensado como un presagio,
el rumor del viento
venido no se sabe de dónde,
empuja
las ramas nuevas del fresno,
abro la ventana y entrego el rostro
a la brisa desconocida,
quizá ella disipe las cenizas,
calme, aclare el ritmo de las especulaciones,
quizá deje entrever
el rostro incierto de la próxima mañana.
[Carlos Aprea, de Abrigo]
EL AUSENTE
sobre la piel tendida de la tarde,
sobre el murmullo de los indolentes y desatentos, que nada más
pasan,
sobre los párpados cerrados del ausente,
sobre el fino vello de sus manos desplegadas en las rodillas,
sobre las mejillas entibiadas por el tenue sol que las ilumina,
aire
soplo de la vida, fresco silencio en la
calma engañosa del perdido en sí,
pausa entre tormentas,
reencuentro con la propia respiración,
la identidad a partir del propio ritmo,
ceremonia silenciosa del sentido que vuelve,
el ausente respira
una pequeña paz, un breve descanso,
pausa entre tormentas,
ensimismado en su jardín incesante,
allí, en el cerebro, donde transcurre intacto
como era entonces,
escurridiza memoria del deseo más bello,
jardín mecido como nosotros
por este aire
venido de una región que creíamos muerta,
vuelve,
calma perdida, pulso incesante,
y despiértanos
promesas, entusiasmos,
certeza de la próxima mañana,
aire
déjame respirarte
bajo el cielo enrojecido del día que huye,
hacia el oeste del parque, hacia el oeste de la ciudad,
hacia el fin del mundo.
[Carlos Aprea, de Abrigo]
DATOS DE CARLOS APREA
Carlos Aprea nació en La Plata en 1955, donde reside. Es técnico químico, ha cursado estudios en la Facultad de Ciencias Naturales y Museo de la UNLP y ejercido diversos oficios para vivir. Algunos de sus poemas fueron publicados en revistas culturales de la ciudad de La Plata, como Talita y El Hormiguero. Fue integrante del comité organizador del 1ª Encuentro del Espectáculo Platense (1982) y cofundador de la Cátedra Libre de Soberanía Alimentaria, de la UNLP (2003).
Obtuvo el segundo premio del concurso EDELAP de poesía, en 1997. Participó de la antología Poesía, 36 autores, editada por La Comuna Ediciones, de la ciudad de La Plata y de la antología “Pan, amor y poesía”, publicada por el INTA en 2008. Publicó “la intemperie”, en 1999, en la Editorial Al Margen de la ciudad de La Plata y en 2005 “abrigo”, en esta misma editorial.
Es actor y director de teatro. Como actor, participó de Woyzek, historia de un soldado”, de G. Buchner (1981/1982, La Plata) ; “Escorial, la leyenda negra”, de M. de Guelderode (1992, La Plata); “Vincent y los cuervos” de Pacho O´Donnell, (1984/1985, La Plata y Capital Federal). Dirigió “Memoria y Celebración”, con textos de A. Pizarnik, Haroldo Conti y propios, (1991/1992, La Plata). Dirigió “Pervertimento y otros gestos para nada”, de José Sanchís Sinisterra, (2006/2007, La Plata). Actuó en “Ensueños- Juana Azurduy”, de Omar Musa, (2007 y 2008, La Plata, y funciones en Berazategui, Zárate, Mrio. De Defensa de la Nación, Salta, Mar del Plata, etc.).
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